sábado, 13 de diciembre de 2025

Los dos años de Milei


El 10 de diciembre de 2023, Javier Milei le señaló al capital financiero internacional y a la burguesía argentina cuál sería el propósito central de su gobierno: ni más ni menos que la “puesta en valor” de la deuda pública argentina, asegurando su repago y, en perspectiva, el cumplimiento de los grandes vencimientos de capital pactados por los Fernández y Martín Guzmán en 2020. Ese reconocimiento de la deuda usuraria, por parte de los “nacionales y populares”, implicaban pagos por 20 a 25.000 millones de dólares a partir de 2026, durante al menos un lustro. La misma importancia revestía la deuda pública interna, con la diferencia de que esta debía ser remunerada y reciclada desde el mismo día de la asunción. Para llevar adelante este propósito, Milei le ofrendó al capital una cuestión central: avanzar en una contrarrevolución social y laboral en el país. 
 A los acreedores de la deuda, en definitiva, se les ofreció la garantía de un presupuesto público progresivamente “liberado” de salarios estatales, jubilaciones, gastos sociales y obra pública. Sobre esa base, Milei y Caputo apostaron a un ingreso de capitales que provendría de los fondos financieros primero y, luego, de las inversiones directas en la minería y los hidrocarburos, para quienes crearon un régimen extraordinario de exenciones de impuestos. Sobre esa base, el Gobierno prometió que el Estado y la burguesía argentina volverían al crédito internacional. 
 El azar hizo que los resultados de esta tentativa se revelen en el “día del segundo aniversario”. El gobierno que debe reunir 20.000 millones de dólares para los vencimientos de 2026; que había anunciado una cifra similar por un megapréstamo de bancos internacionales, e incluso una “línea abierta” de crédito del Tesoro norteamericano por ese monto, acaba de lanzar una licitación de deuda por… 1.000 millones, para devolver en un corto plazo -algo más de tres años- y con una tasa de interés efectiva que estará por arriba del 10 % anual en dólares. Pero la prima de los eventuales inversores será superior, porque el Gobierno les ha desarmado varias regulaciones cambiarias para facilitar la operación. La colocación de deuda se regirá por ley local: el propósito es eludir a la ley vigente, que obliga a que las refinanciaciones de deuda con jurisdicción extranjera mejoren a los compromisos vigentes en términos de plazo, tasa de interés o capital adeudado. Es probable que la emisión de hoy no reúna ninguna de estas condiciones. Caputo y Milei, por lo tanto, están “viviendo al día”. Ni el Estado ni la burguesía argentina han recuperado su capacidad de financiamiento. Detrás de esta improvisación, la remuneración de los capitales especulativos atraídos por el “modelo” libertario consumieron dos años de superávit comercial, un blanqueo y un nuevo préstamo del Fondo Monetario, que debió ser activado este año ante la evidencia de que Argentina marchaba a una nueva cesación de pagos. 

 Crisis del Estado y crisis del capital

 Antes de que el Gobierno acudiera nuevamente al Fondo Monetario, tuvo lugar un reguero de concursos de acreedores y quiebras entre grupos estratégicos de la gran burguesía, como los que operan en el agronegocio (Grobo, Agrofina y otros). El denominador común de estos casos es el apalancamiento con préstamos en dólares que no se pudieron afrontar, por la declinación del mercado interno, en algunos casos, y el impasse de un mercado internacional surcado por la sobreproducción, la guerra comercial y la caída de los precios. Las corridas cambarias de este año, con disparada del riesgo país incluida, pusieron de manifiesto que el régimen económico de Milei-Caputo había entrado en terapia intensiva. En el medio, la operación de los mesadineristas se cobraba un fantástico retroceso de las fuerzas productivas: el instituto Germani acaba de estimar una caída del empleo registrado que supera largamente los 300.000 puestos formales; la economía se encuentra, de conjunto, en los niveles de “salida de pandemia” (2022). El retroceso social, educativo y sanitario es extendido. La operación de rescate de Bessent y Trump ha servido para hacer zafar a Milei-Caputo de las elecciones de medio término, pero ella misma ha perdido oxígeno en las últimas semanas: a nadie escapa que el financiamiento de Argentina, incluso a cuentagotas, es una puerta giratoria que, en términos de comercio internacional, está asegurando un flujo extraordinario de importaciones... desde China. Esto es justamente lo que pretendía evitar el “alineamiento sin condiciones” con Trump y el rescate financiero. Un exdirector del FMI, Alejandro Werner, acaba de advertir que Bessent y Trump no le colocarán dos veces el respirador artificial a la Argentina. A dos años del “rodrigazo” de diciembre de 2023, el capital financiero le reclama a Milei un nuevo rodrigazo para juntar los dólares que no tiene. Pero lo que Milei no tiene, por sobre todas las cosas, son los recursos políticos para bancar una conmoción inflacionaria. 

 Un “orden” muy precario 

Aunque no puede ofrecerles a sus mandantes una normalización financiera, en el balance de los dos años Milei les ofrece “la recuperación de la calle” y el “fin de los piquetes”. Es una “conquista” recurrentemente desafiada por las marchas educativas, universitarias, de jubilados y muchas otras. El protocolo represivo de Bullrich se ha ensañado con los desocupados o con demostraciones pequeñas, pero ha tenido que recular cuando las manifestaciones revistieron un carácter masivo. Sobre los Milei y sus esbirros campea el fantasma de las grandes huelgas y rebeliones populares que han terminado con gobiernos enteros. El único acatamiento de la calle que ha funcionado en el bienio libertario es el de la burocracia sindical, con su inmovilismo la mayoría de las veces y, cuando ha salido, a través de movilizaciones “de vereda”. En cualquier caso, la burocracia ha sido un peso muerto: las luchas obreras, que no han cesado ni un momento en estos dos años, se abrieron paso con independencia de los cómplices sindicales de Milei. 
 Nadie fue más claro que Donald Trump para caracterizar el contenido de la victoria electoral libertaria: “Perdía, salí a apoyarlo y ganó”. El sostenimiento fundamental de Milei se encuentra hoy en el régimen de Trump, para quien Milei es un mandadero de sus aventuras militares, presentes o futuras, en el continente. En el plano interior, la “fuerza” de Milei reside en haber colectado un elenco variopinto de tránsfugas políticos y lúmpenes, siempre dispuesto a fracturarse por diferentes corruptelas. Llamarle “primera minoría” a ese rejunte es presuntuoso. La fortaleza que Milei quiere presentar en el Congreso no pasa de querer librarse de un juicio político y, naturalmente, no está garantizada. El gobierno libertario marcha al reforzamiento de un régimen de poder personal, al que quiso blindar haciendo ingresar al jefe del estado mayor del ejército al gabinete nacional. En las condiciones de una crisis financiera irresuelta y de una tensión social creciente, ese régimen de arbitraje personal es el fermento característico de las rebeliones populares de Argentina.
Milei sólo ha sido sistemático en la explotación de una crisis política de alcance histórico. Es la que corroe al peronismo y que precede al propio gobierno libertario. Milei ha sido el producto de la extraordinaria descomposición del gobierno de Alberto y Cristina Fernández, que transcurrió sus últimos dos años en virtual vacancia política. Milei vive todavía del crédito de ese derrumbe político, del cual se sirve para anudar complicidades -gobernadores, burócratas- o, simplemente, asegurarse el inmovilismo del lado de la supuesta oposición. 
 Milei ha decidido pasar el segundo aniversario fuera del país, allí donde cree contar con su mayor fortaleza: en la banda de fascistas que apoyan una política de guerra internacional contra las masas bajo la batuta de Trump. En este caso, se fue a celebrar el premio Nobel a Corina Machado, o sea, a apoyar una invasión imperialista a Venezuela bajo la pátina de la “democracia”. Pero acá también pisó en falso: Machado no llegó al estrado, en medio de las protestas antiimperialistas contra una invasión a Venezuela. Si el destino de Milei se juega con Trump, entonces es un destino ultraprecario, porque el magnate yanqui se encuentra bajo el fuego cruzado de las disputas con los otros bloques imperialistas, las divisiones en la propia burguesía americana, las movilizaciones internacionales contra la guerra y con su propio país semiinsurreccionado.
 ¿Es muy diferente el ´estado de situación´ de la Argentina? Las terminales de colectivos, las grandes acerías, los parques industriales, las barriadas, están en estado de emergencia. La reforma laboral con la que Milei quiere dar el puntapié inicial de la segunda mitad de su mandato abre una guerra declarada entre el capital y la clase obrera. Los explotados argentinos tienen todos los motivos y reclamos para hacer oír su voz. 
 El peronismo fracasado ha hecho del “emparchado” aniversario de Milei un muro de los lamentos. Pero lo que tenemos por delante es un período extraordinario de crisis, luchas de clases y desplazamientos políticos, que deben ser orientados con una política socialista. El desenlace irrevocable que le espera a los Milei y Caputo es inseparable del impasse que atraviesa el capitalismo en su conjunto, en medio de guerras, genocidios, crisis financieras y, sin duda, revoluciones sociales. 

 Marcelo Ramal
 10/12/2025

miércoles, 10 de diciembre de 2025

“Tecnofeudalismo”, el credo del inmovilismo ante la decadencia capitalista y la guerra


Yanis Varoufakis fue ministro de Finanzas del gobierno izquierdista griego de Siriza, que protagonizó en 2015 una capitulación histórica ante la troika del FMI, el Banco Europeo y la Comisión Europea. El ajuste para pagar la deuda pública, que Syriza y Varoufakis aceptaron, le valió a la clase obrera y a los explotados griegos un retroceso social e incluso humanitario sin precedentes. Desde entonces, Varoufakis ha repartido su tiempo entre conferencias y textos dirigidos a justificar aquella capitulación. Recientemente, se ha destacado por caracterizar al actual orden capitalista como un tecnofeudalismo, en relación al lugar de las grandes corporaciones digitales en la economía mundial. Ya nos ocupamos de ello en estas páginas (El capital digital no es “tecnofeudalismo” - Política Obrera). Pero en un reciente artículo publicado en el portal UnHeard”, Varoufakis va más lejos: presenta a ese capital digital como una forma de centralización económica estatal (“Las grandes tecnológicas son los nuevos Soviets-Ahora vivimos en una economía planificada” - UnHeard).
 Varoufakis asegura que “las siete magníficas” -Apple, Google, Meta, Nvidia, Amazon, Microsoft y Tesla- han creado “un nuevo tipo de capital (que) destruye los mercados, el hábitat del capital”. Citando a alguno de los CEOs tecnológicos, el economista griego señala que estas firmas “no sólo han eliminado la competencia para monopolizar, sino que han eliminado el mercado mismo”. A partir de allí, Varoufakis se entretiene describiendo al consumidor “prisionero” de las big tech, que han extendido sus tentáculos hasta dominar, por medio de las páginas de retail (compraventa de productos de consumo final), a los diferentes circuitos de distribución y venta de mercancías. De todos modos, para caracterizar al retail digital como una “extinción del mercado” Varoufakis no necesitaba esperar a las big tech: bastante antes de ellas, el supermercadismo representó una formidable concentración del capital comercial. 
 Desde el punto de vista del proceso del capital en su conjunto, la centralización del capital mercantil ha conducido a una fuerte reducción de los gastos de circulación. Pero ni los monopolios digitales, ni otras formas anteriores de centralización del comercio, abolen “al capitalismo y al mercado”, como pretende Varoufakis. Marx ya había observado que la concentración del capital progresa de un modo contradictorio, por un lado, agrupando el capital en núcleos cada vez más poderosos y, en ese trabajo, promoviendo la emergencia de nuevos capitales y ramas en los intersticios del gran capital. Mucho después, Lenin caracterizó al capital monopolista no como el “fin del mercado” sino como una forma “más aguda y exacerbada” de la competencia, donde la disputa por los mercados conduce al choque político y militar entre los estados nacionales que albergan a las corporaciones capitalistas. 
 Varoufakis, en cambio, nos presenta al reinado de las “Siete Magnificas” digitales como una “economía planificada”. Sin decirlo, reitera la posición de la socialdemocracia reformista y revisionista de finales del siglo XIX, que caracterizaba a la emergencia de los monopolios como una armonización del mercado mundial bajo la dirección del capitalismo, en extremo, como lo llegó a señalar Kautsky, un “monopolio único”, donde el capitalismo termina con la anarquía mercantil y extiende la planificación y organización industrial empresarial desde la fábrica al conjunto de la vida social. Naturalmente, este derrotero de armonía excluía la posibilidad de las guerras. Es significativo que, en su texto, Varoufakis apenas roce la cuestión de la guerra. Sólo señala, al pasar, que las Big Tech han intervenido en las operaciones de inteligencia militar en Ucrania o en Gaza. Pero no caracteriza a la guerra mundial como manifestación de la decadencia capitalista y del estallido de las contradicciones de un régimen social agotado. Sólo bajo ese prisma puede caracterizarse el lugar histórico de los monopolios digitales. Desprovisto de él, Varoufakis es sólo una colección de informaciones manipuladas y desaciertos conceptuales. 
 En primer lugar, la presentación de las Big Tech como una “economía planificada” omite la feroz competencia existente entre las propias tecnológicas por la captura de los mercados donde intervienen. Hasta hace poco tiempo, por los smartphones o las computadoras. Ahora, en torno del desarrollo de la inteligencia artificial, los motores de búsqueda o el propio rubro de retail (venta minorista) Entre otros casos, puede citarse la disputa de Amazon con e-Bay, Wall Mart, Ali Baba o la china Temu por el retail; entre Tesla y el coloso chino BYD, por el mercado de autos eléctricos; en la IA, la guerra de declarada por la china DeepSeek contra las Big Tech americanas, que generó a comienzos de año un terremoto bursátil en Wall Street. No hay en esto nada parecido al “fin del mercado” o de la competencia-mucho menos una “planificación”-. 
 En ausencia de ese análisis, Varoufakis se concentra en denunciar la manipulación que ejerce el capital digital sobre los consumidores -“el algoritmo te ha entrenado para conocerte mejor (…) conoce tus hábitos de gasto”. Varoufakis alude al modo como las tecnológicas orientan la información y las promociones que llegan a cada potencial comprador, en base a sus conductas anteriores de consumo. Pero en esto, no hay nada que los monopolios de consumo masivo no hayan ejercido antes a través de diversas maniobras; la publicidad, los estudios de mercado, los incentivos a la compra de determinada marca, y la lista podría ser interminable. Al quejarse por las manipulaciones en la “nube”, Varoufakis se erige como un defensor tardío de la tesis de la “soberanía del consumidor”, algo que no ha existido nunca bajo el capitalismo -sea éste digital o analógico-. Varoufakis se ha intoxicado con una de las principales tesis de los economistas académicos, a saber, la de los mercados que funcionan ´desde la demanda´. La presentación de la vida social como un “universo de consumidores” es funcional a la mayor mistificación del orden social vigente: presentar al vinculo mercantil como una relación entre iguales y, por lo tanto, como la consagración de la libertad humana. En cambio, Marx señalaba que “en la libre competencia no se pone como libres a los individuos, sino que se pone libre al capital”. Varoufakis Invoca la “libertad de consumir” del pequeño burgués ofuscado, sin tomarse el trabajo de liberar a la sociedad humana del yugo del capital.
 En oposición a esa ficticia primacía del consumo, el marxismo demostró que las necesidades humanas no son una entelequia: se encuentran históricamente condicionadas por el desarrollo de las fuerzas productivas. O sea, la producción condiciona al consumo, y no al revés. “El hambre es hambre, pero el hambre que se satisface con carne guisada, cuchillo y tenedor, es un hambre muy distinta del que devora carne cruda con ayuda de manos, uñas y dientes”, sostuvo Marx en los “Elementos fundamentales para la Crítica de la Economia Política”. Varoufakis brama por el despotismo del gran capital sobre el consumidor atomizado, sin cuestionar las bases sociales de esa manipulación -el monopolio capitalista de los medios de producción-.
 El capital comercial abocado a la distribución de mercancías de consumo final asimiló, tardía pero certeramente, las leyes que la competencia capitalista le había impuesto al capital industrial: la división técnica del trabajo, la potenciación del trabajo vivo por medio de la ciencia y la técnica aplicada al proceso de trabajo; la articulación a gran escala. Pero la planificación rigurosa que rige al interior del capital mercantil no puede confundirse con el “fin del mercado” o la planificación económica, como lo hace groseramente Varoufakis. El “orden” de los grandes capitales comerciales, digitales o no, termina en el punto exacto donde comienza el mercado. Las tecnológicas no suprimen la anarquía mercantil, como cree Varoufakis: solo la potencian a una escala superior. Las paginas web y los centros comerciales están pletóricos de mercancías invendibles y, por lo tanto, no evitan la tendencia a la crisis y a la sobreproducción. Cuanto más estricta y organizada es la articulación de la producción y el comercio al interior del monopolio capitalista, más brutales son los choques entre las diferentes corporaciones por prevalecer en el mercado. 
 Varoufakis, en definitiva, ha decretado el fin de la competencia; allí donde ésta se expresa asoma en su forma más encarnizada.

 Big Techs y Gosplan 

Queda claro, a partir de lo anterior, el absurdo de llamar a los modelos de negocio de las Big Tech como “sistemas de planificación económica que conectan a vendedores y compradores, fuera de cualquier cosa que se asemeje a un mercado”. Varoufakis escribe una contradicción en sus términos, porque una conexión de “compradores y vendedores” no tiene nada que ver con una economía planificada, sino, justamente, con un….mercado. Esa “conexión” une hoy a los compradores con Amazon o Mercado Libre. Ayer, lo hacía con los supermercados; más atrás, la “conexión” se producía en la feria del barrio, o sea, en la feliz idea de reunir a todos los puestos de venta en un mismo perímetro, algo que a nadie se le ocurriría equiparar con una forma de socialismo. La articulación de “compradores” y vendedores” corresponde al capitalismo y al mercado. El regulador social de esa conexión es la ley del valor. Por el contrario, una “economía planificada” en el marco de un estado obrero desarrollaría un equilibrio entre la producción y las necesidades sociales sobre bases sociales antagónicas -y sobre la violación conciente de la ley del valor-. Si, en ese cuadro, sobreviven aún las relaciones mercantiles o los propios precios, ello se deberá principalmente a la presión del mercado mundial capitalista sobre el estado obrero. La burocracia stalinista fue el vehículo conciente de esa presión contra las masas soviéticas, y sobre esa base constituyó su status privilegiado de casta parásita. Pero para Varoufakis, la burocracia sería “feudalista”; los usurpadores del Estado obrero revestirían un carácter precapitalista. Varoufakis no nos dice desde cuándo regiría ese “feudalismo soviético”. Es una forma sinuosa de gambetear una definición política sobre la Revolución de Octubre y su usurpación posterior . Cuando liquidó las bases sociales del Estado Obrero, la burocracia adquirió una forma social muy definida, la de una oligarquía capitalista. Lo que los Estados de la OTAN le confiscaron a esa oligarquía, al inicio de la guerra de Ucrania, no son tierras o títulos nobiliarios, sino 500.000 millones de dólares de capital monetario, trabajo no retribuido a los obreros rusos. Vaorufakis despacha a “los Soviets” con una frase que podría haber tomado de los libros de Mises o Hayek: el “fracaso del experimento soviético”. Quiere encerrar a una de las mayores revoluciones de la historia humana adentro de la probeta del académico o de la política pequeño burguesa, para quienes las masas son un campo de maniobras en función de la defensa de sus privilegios sociales. Sería bueno que Varoufakis caracterizara a su propio “experimento” woke, o sea, a la convalidación de un ajuste que llevó a la clase obrera griega a la peor condición de su historia.
 Atormentado por las “Tecnos”, Varoufakis ensaya una explicación digital para el “frustrado experimento soviético”: el Gosplan no fue exitoso, nos dice, …”porque carecía de los algoritmos, centros de datos y fibras ópticas” que existen hoy. Una explicación tecnológica de la degeneración del estado obrero y de la restauración capitalista, la cual, por cierto, ni siquiera es original. Varios izquierdistas contemporáneos -incluso “trotskistas” argentinos- se anotan en la lista de los que han mandado al tacho al proceso histórico vivo y a la lucha de clases para juzgar el derrotero de la revolución de Octubre. Bien mirada, esta explicación “digital” lleva a considerar a la revolución de 1917 como un error histórico, porque habría carecido de la tecnología necesaria para emprender la planificación (ver. https://politicaobrera.com/revista/12919-la-escuela-austriaca-y-sus-criticos-de-izquierda). Pero Varoufakis no dice -o desconoce- que la burocracia stalinista fue enemiga acérrima de la programación y de sus científicos y matemáticos, a quienes persiguió. La planificación -y las propias herramientas tecnológicas- chocaban con la arbitrariedad de la burocracia, y no al revés. 
 La alusión denostativa a “los Soviets”, en definitiva, le sirve a Varaoufakis para dejar en claro que no levanta perspectiva socialista alguna frente a la presente crisis mundial. 

 Fin del capitalismo 

Naturalmente, si no está planteada la abolición del capitalismo es porque, para Varoufakis, las “big tech” ya se han tomado el trabajo de hacerlo. Pero el economista griego ni siquiera se ha asomado a la verdadera conexión existente entre las Big Tech y la abolición del capitalismo.
 Para denostar al capital digital, Varouafakis diferencia al “capital de Edison y Ford (que) era “productivo” -coches, electricidad, turbinas- del “capital de la nube de Jeff Bezos, que no produce nada, excepto el enorme poder de encerrarnos en su feudo de nube”. Romantiza al “capital productivo” y al hacerlo, manipula la historia. Como capitalista, Edison dejó el lugar de inventor independiente para convertirse en expropiador de invenciones ajenas, producidas por sus técnicos asalariados. Para constituir una corporación en regla, se asoció con alguien “no productivo”, el J.P. Morgan. Ford, en cambio, rechazó financiarse a través de bancos, pero ello le valió un estancamiento y su desplazamiento relativo del mercado. Más allá de este hecho, el “productivo” Ford era un fascista inveterado, y le enviaba fondos a Hitler en los años 30. Ya pasando a las Big Tech, Musk y Tesla están en el mercado de los “productivos” autos eléctricos, no solo en la nube. Por otra parte, y para potenciar el “capital en la nube”, todas ellas deben proveerse fuentes energéticas y de minerales -capital productivo- para acelerar su expansión. Varoufakis, en este punto, nos pasea por el macaneo liso y llano. 
 Como ocurre con los economistas vulgares, sustituye la forma social del proceso capitalista -la explotación del trabajo asalariado por el capital- con alguna diferenciación de tipo físico material -bienes, servicios o, en este caso, algoritmos-. Marx, en cambio, desarrolló la unidad entre producción y consumo, por un lado, y entre las diferentes formas funcionales del capital -productivo, comercial, monetario- del otro.
 La producción capitalista de algoritmos, programas y otras formas del conocimiento objetivadas como capital sólo cobra sentido como formas de potenciar el rendimiento del trabajo para la producción de mercancías, cuyo último destino es el consumo humano. En el final de la cadena de la IA existen alimentos, vestimenta, necesidades humanas directas. Naturalmente, esa nueva potencia productiva acentúa el abismo existente con el consumo siempre limitado de las masas. Desde el punto de vista del carácter del capital invertido, la definición “Inteligencia Artificial” es en sí misma mistificadora, porque la Inteligencia está asociada al carácter creador y conceptual del trabajo humano vivo -otra cosa es la posterior vinculación de los conceptos o informaciones previamente elaborados por la mente humana a través del uso de algoritmos-. Lo primero, es capital creador de valor -capital variable-. Lo segundo, o sea, la mal llamada “Inteligencia” Artificial, es trabajo humano objetivado, o sea, capital constante. El desarrollo de la IA comporta un salto extraordinario en la proporción de trabajo pasado o muerto -no creador de valor- respecto del trabajo vivo. La conclusión de todo esto es la acentuación de las contradicciones que conducen al capitalismo a las crisis: un exceso de capital -sea bajo la forma de mercancías, de medios de producción o de capital dinerario- para las posibilidades de valorización a la tasa de ganancia reclamada por los capitalistas. En una economía dominada por el capital ficticio -o sea, por valores y pagarés fundados en meras promesas de beneficios futuros- el derrotero de estas crisis es el estallido de las burbujas bursátiles. Esto es lo que los analistas prevén, precisamente, en relación al actual boom de las IA. Mal que le pese a Varoufakis, las Big Tech no serán parteras de un “nuevo orden” o planificación económica, sino de una gran crisis capitalista.
 Pero las IA y la economía digital son, al mismo tiempo, una poderosa señal del agotamiento del capitalismo como organización social: la liquidación del tiempo de trabajo como regulador social del valor, a partir del aumento fantástico en el propio rendimiento del trabajo, convierte a la economía de mercado y a la ley del valor en un trasto. “Lo que aparece como el pilar fundamental de la producción y de la riqueza no es ni el trabajo inmediato ejecutado por el hombre ni el tiempo que éste trabaja, sino la apropiación de su propia fuerza productiva, general , su comprensión de la naturaleza y su dominio de la misma gracias a su existencia como cuerpo social”, (Marx, Grundisse, escribió esto a casi doscientos años de la IA…). Al llegar a este estadio, la sobrevivencia del capitalismo reposa en el empeño brutal por sostenerlo por parte de la clase que se sirve de un orden social agotado. Esa tentativa se traduce en despotismo político, guerras, masacres y genocidios. 
 La concentración de la producción y el mercado digitales crean las premisas de una extraordinaria socialización del trabajo. En las gigantescas estructuras articuladas de Amazon, Meta o Google están las bases para una reorganización socialista. Pero la reasunción social de ese fantástico acervo exige la “expropiación de los expropiadores”, la conquista del Estado y del poder político por parte de la clase obrera. 
 Cuando Varoufakis compara a las Big Tech con los soviets, lo que nos pone de manifiesto es su oposición cerril a que la actual crisis mundial conduzca a una salida revolucionaria. Para Varoufakis, el mundo ha quedado en manos de una suerte de Gran Hermano digital e imbatible. Es una forma de justificar el inmovilismo y el conservadurismo políticos: lo único que resta es perorar a favor de un capitalismo “sano” -una suerte de impotente vuelta al pasado-. En el plano político, el ataque simultáneo a las Big Tech y a “los Soviets” es una forma sinuosa de acomodarse al imperialismo europeo, en momentos en que éste rumia su fastidio frente a los arreglos de Trump y de Putin. En la guerra mundial, la izquierda democratizante de Europa juega en el campo de su propio imperialismo, el cual funge de “democrático” mientras se rearma hasta los dientes.
 De cara a la crisis mundial, los Varoufakis esconden la cabeza. Califican a la corriente política y empresarial del fascismo internacional como tecnofeudal, para no emprender una lucha contra el capitalismo; oponen a las Big Tech con un capitalismo pasado pretendidamente competitivo o “productivo”, al que quieren resucitar con regulaciones o exhortaciones. Pero las contradicciones planteadas por el capital digital miran hacia adelante, no hacia atrás: el dilema planteado es entre la guerra y la barbarie, de un lado, y el socialismo del otro. La clase obrera y la humanidad no necesitan “algoritmos”, éstos ya existen; sólo deben serle arrebatados al capital. Lo que necesitamos es un partido, o sea, la comprensión histórica de las tareas por delante a través de un programa y una organización. 

 Marcelo Ramal 
 07/12/2025

martes, 9 de diciembre de 2025

La versión venezolana de la llamada Trump-Maduro


La confiscación de CITGO y la crisis del Pentágono por el crimen de los náufragos. 

 Los voceros de Maduro ahora desmienten las filtraciones realizadas el lunes de la semana pasada por Reuters sobre el supuesto contenido de la llamada que tanto Trump como Maduro confirmaron haber mantenido el 21 de noviembre durante 15 minutos. 
 Según Reuters, en esa conversación Trump le había impuesto un ultimátum a Maduro hasta el viernes siguiente para que dejara el poder. Sin embargo, los comentarios públicos de Trump sobre esa charla se limitaron a decir que “no fue ni buena ni mala, solo una llamada”. 
 Los voceros del presidente venezolano recién este sábado comenzaron a desmentir la versión de Reuters, al afirmar que la conversación transcurrió con cierta cortesía y que incluso se habló de la posibilidad de realizar un encuentro presencial entre ambos mandatarios. Según esta versión, los trascendidos falsos de Reuters tuvieron por finalidad calmar a los gusanos encabezados por Marco Rubio, furiosos por la llamada.
 El gobierno de Trump también quedó en ridículo el miércoles pasado al pedirle al gobierno venezolano autorización para retomar los vuelos de extradición de migrantes venezolanos, apenas tres días después de haber declarado —unilateralmente y fuera de todo derecho— cerrado el espacio aéreo venezolano. 
 Al respecto, Maduro también tuvo una conversación con Erdogan, el presidente de Turquía, en la que acordaron que retomaría los vuelos, en lo inmediato, la línea aérea de ese país. 
 Las autoridades venezolanas no ordenaron en ningún momento detener los vuelos y declararon que incluso los bombardeos a las barcazas que ha efectuado el Comando Sur en el Caribe nunca fueron en el mar venezolano, sino en aguas internacionales. 
 Según voceros del gobierno venezolano, las filtraciones de Reuters también podrían ser una gran cortina de humo para tapar la expropiación y el robo flagrante que tanto los gobiernos norteamericanos como el exgobierno paralelo de Juan Guaidó cometieron sobre CITGO, y que se terminó de consumar esta semana.

 El saqueo de los activos venezolanos 

CITGO Petroleum Corporation, el principal activo de la República Bolivariana de Venezuela en el extranjero, era la filial norteamericana de Petróleos de Venezuela (PDVSA), una empresa de refinación, transporte y comercialización que en Estados Unidos gestiona tres grandes refinerías y una red de 14.885 estaciones de servicio, y que tiene capacidad para refinar 800.000 barriles diarios.
 Esta semana, la corte de Delaware —paraíso fiscal sin controles ni impuestos— aprobó la venta forzosa de las acciones de la empresa para repartir el producto de la subasta —con un oferente elegido a dedo— entre múltiples acreedores. El robo fue alevoso, ya que se otorgó al oferente por 5.900 millones de dólares un activo valuado entre 30.000 y 40.000 millones. El proceso judicial en Estados Unidos se originó por demandas de acreedores, encabezados por la minera canadiense Crystallex, que reclamaron indemnizaciones por expropiaciones realizadas por el gobierno de Chávez. 
 Esta fue la culminación de un proceso de despojo que comenzó con el reconocimiento internacional del gobierno de Juan Guaidó en 2019 por parte de Estados Unidos, la Unión Europea y la OEA. Hay 1.600 personas comandadas por Guaidó y Machado que cobraban hasta ahora sueldos —del dinero confiscado a CITGO— en carácter de miembros del gobierno de Venezuela en el exilio. Recibían un sueldo directamente desde Washington. CITGO es el origen de la fuga de millones de dólares que han desaparecido. No lo dicen los bolivarianos, sino sus propios socios en el negocio. Lo dijo Julio Borges, un exsocialdemócrata de Acción Democrática que, tras saltar por múltiples partidos, finalmente recaló como canciller infiel de Guaidó: “Debemos pasar los bienes a un fideicomiso para evitar que la plata de los venezolanos vaya a las cuentas bancarias de Guaidó” (Tiempo Argentino, 6/12).
 La venta forzada de CITGO ocurre cuando ya —pasadas las elecciones— Guaidó y sus funcionarios no tienen argumentos para seguir manejando sus finanzas. A CITGO se suma la expropiación de las 31 toneladas de oro venezolano confiscadas en Londres por el Banco de Inglaterra, el avión carguero de Conviasa confiscado en Argentina por el gobierno de Alberto Fernández y Monómeros, una petroquímica binacional colombo-venezolana usurpada por los gobiernos derechistas de Colombia —y que luego fue devuelta por el presidente Gustavo Petro—.

 Crisis en el Pentágono por el asesinato de los náufragos

 De los 23 ataques a barcazas que el Comando Sur realizó en el Pacífico y en el mar Caribe, el único que le está trayendo complicaciones a Trump es el del 2 de diciembre, cuando ocurrió un segundo ataque para rematar a dos sobrevivientes que flotaban en el agua alrededor de la barca prendida fuego. Hasta los republicanos están cuestionando este accionar, probablemente porque les permite desligarse de los hechos sin acusar directamente a Trump, ya que, aunque consideren legales los ataques en el mar, atacar enemigos a la deriva es considerado un crimen de guerra. 
 Todo el asunto es de una hipocresía despampanante, ya que Estados Unidos no le declaró la guerra a ningún país, razón por la cual todos son asesinatos ordinarios; y si lo hubiera hecho, las 83 ejecuciones en su totalidad también serían crímenes de guerra por la desproporción de la fuerza. El Pentágono no ha presentado ni una sola prueba de que alguna de las 23 barcazas haya contado con armas. El argumento que esgrime Washington es que las barcazas transportan drogas letales para los estadounidenses —de lo cual tampoco hay pruebas—, y todas las operaciones estarían avaladas por un memorándum secreto de la Oficina del Asesor Legal del Departamento de Justicia. Pero no hay ni declaración de guerra ni justificación legal para un ataque a gente desarmada y sin pruebas, y absolutamente todo queda desmentido por la capacidad de navegación de las barcazas, que hace imposible un viaje desde allí hasta las costas estadounidenses por la distancia a recorrer. 
 Sin embargo, la hipocresía de la burocracia norteamericana les permite cuestionar el asesinato de los dos náufragos, lo cual fue suficiente para desatar una crisis que pide un fusible: la pelota se la están tirando entre el llamado “ministro de Guerra” Hegseth, que impartió la orden, y el almirante Bradley, que la ejecutó. Mientras tanto, Hegseth acumula problemas legales y políticos. Además de su responsabilidad en los ataques, una investigación interna del Pentágono lo halló culpable de utilizar la aplicación Signal en su dispositivo personal para transmitir información confidencial sobre operaciones en Yemen, poniendo en riesgo a las fuerzas estadounidenses. (The New York Times, 3/12)
 Además, el 12 de diciembre el jefe del Comando Sur debe dejar el cargo, al que ya había renunciado hace meses por desacuerdos con los operativos. Asumirá en su lugar el teniente general Evan L. Pettus, de la Fuerza Aérea. El viernes pasado, el gobierno de Trump publicó su nueva Estrategia de Seguridad Nacional, en la que se refirió explícitamente a la doctrina Monroe —América para los americanos— y habló de frenar la migración indocumentada, combatir el narcotráfico y expandir la presencia estadounidense en el hemisferio occidental. Como para Occidente Trump entiende América, queda claro que Washington profundizará su ofensiva en la región, pero sin cohesión y plagada de contradicciones.
 El sábado, miles de estadounidenses se movilizaron contra la guerra en Venezuela. También hubo movilizaciones en ese sentido en Chile, México, Puerto Rico, República Dominicana, España, Colombia y el País Vasco. En cambio, las movilizaciones convocadas por María Corina Machado a favor de la invasión fueron raleadas de asistentes. Una de las mayores fue en Buenos Aires, con menos de 500 personas, y contó con la participación de Patricia Bullrich, es decir, con el apoyo del gobierno nacional. En Madrid, apenas llegaban a 30. El ataque del Comando Sur en el Caribe no es contra Maduro, sino contra toda América Latina.

 Aldana González 
 08/12/2025

domingo, 7 de diciembre de 2025

“No queremos ser carne de cañón”: la juventud alemana rechaza la reintroducción del servicio militar


El parlamento aprobó un plan de reclutamiento. Francia seguirá el mismo camino. 

 A fines de noviembre, el jefe de las fuerzas armadas francesas, Fabien Mandon, desató un tembladeral con sus declaraciones a favor de preparar a la juventud para la guerra. “Si nuestro país flaquea, porque no está dispuesto a aceptar perder a sus hijos, a sufrir económicamente… si no estamos preparados para eso, entonces estamos en peligro”, señaló (negritas nuestras).
 No se trata de un exabrupto: el gobierno de Emmanuel Macron aplicará un servicio militar voluntario a partir de 2026, dirigido a jóvenes mayores de 18 años. Los inscriptos recibirían entre 900 y 1.000 euros mensuales por diez meses de entrenamiento y el programa arrancaría con entre 2 mil y 3 mil personas, para ir elevándose hasta las 50 mil en 2035. El argumento principal para este reclutamiento es el riesgo de una guerra con Rusia.
 Tampoco es una peculiaridad francesa. El parlamento alemán votó este viernes 5 un proyecto por el cual se enviará un formulario de respuesta obligatoria a hombres y mujeres mayores de 18 años para evaluar sus habilidades para el servicio militar. La idea es sumar 5 mil reclutas. Si no se alcanza esa cifra de manera voluntaria, se procederá a un sorteo cuyo resultado será de cumplimiento obligatorio. 
 Esta reintroducción –bastante insidiosa- del servicio militar obligatorio en la principal potencia de Europa recibió una respuesta inmediata de la juventud. Este viernes 5 hubo protestas, paros estudiantiles y movilizaciones en 90 ciudades, bajo el lema “No queremos ser carne de cañón”. Algunas encuestas indican que más del 60% de los jóvenes rechazan el servicio militar. 
 En Bélgica, el gobierno derechista de Bart de Weber también prepara su propio reclutamiento, por ahora voluntario, a cambio de 2 mil euros mensuales. Lo mismo que Polonia, que aspira a formar 100 mil jóvenes al año para 2027. Pero los países que inauguraron la nueva tendencia fueron Lituania y Letonia, dos naciones bálticas, que reintrodujeron el servicio militar obligatorio en 2015 y 2023, aduciendo la amenaza rusa. 
 Estas campañas de reclutamiento se dan en paralelo a un reforzamiento de los presupuestos militares, que tienen como contracara un fuerte ajuste en el gasto social. La Otan votó en su última cumbre llevar el gasto militar al 5% del PBI para 2035, a raíz de una propuesta del candidato a premio Nobel de la paz, Donald Trump. 
 Ahora viene la etapa de adecuación a esos objetivos. El presupuesto 2026 de rearme en Italia desató –este 28 de noviembre- un paro con movilizaciones de centrales sindicales combativas, como SI Cobas y la USB. 
 Antes que esto, la Unión Europea preparó el terreno con una pérfida campaña publicitaria en la que se explica a la población cómo armar un “kit de supervivencia” para sobrevivir 72 horas ante emergencias naturales o guerras. 
 En resumen, los gobiernos capitalistas e imperialistas europeos enfrentan a la juventud cada vez de manera más desembozada a la lúgubre perspectiva de morir en las trincheras y “sufrir económicamente”. Tras la experiencia devastadora de dos guerras mundiales, el capitalismo nos acerca a una tercera. Y a pesar de ello, Milei y compañía insisten en su panegírico de este régimen social que solo ofrece conflictos bélicos, pandemias, desigualdad social creciente y miseria.
 El camino lo marcan los estudiantes alemanes: no ser carne de cañón de los intereses imperialistas. Derrotemos a los gobiernos del ajuste, la represión y la guerra. 

 Gustavo Montenegro